Recordemos los cinco pasos para una buena confesión:
A) EXAMEN DE CONCIENCIA:
Es mirar con sinceridad tu vida delante de Dios, recordando tus pensamientos, palabras, actos y omisiones. No se trata de buscar todo lo malo, sino de ver cómo has amado o dejado de amar a Dios, a los demás y a ti mismo.
“Señor, hazme ver mi corazón como tú lo ves”.
B) DOLOR DE LOS PECADOS (ARREPENTIMIENTO):
Es sentir en el corazón un verdadero pesar por haber ofendido a Dios, que tanto te ama. No basta decir “me equivoqué”, sino reconocer que el pecado ha herido una relación de amor.
“Me duele haberme alejado de ti, Señor. Perdóname”.
C) PROPÓSITO DE ENMIENDA:
Es el deseo firme de cambiar, con la ayuda de Dios. No significa que nunca volverás a caer, sino que no quieres seguir viviendo igual, y estás dispuesto a alejarte del pecado y hacer lo correcto.
“Señor, ayúdame a comenzar de nuevo y no volver atrás”.
D) CONFESIÓN DE LOS PECADOS AL SACERDOTE:
Es decir con humildad y claridad tus pecados al confesor, tratando de no esconder nada. El sacerdote te escucha en nombre de Cristo, y te ofrece el perdón de Dios si hay verdadero arrepentimiento.
“Bendígame, Padre, porque he pecado...”.
E) CUMPLIR LA PENITENCIA:
Es realizar el gesto de reparación que el sacerdote te encomienda (una oración, un acto de caridad, etc.). Esta penitencia no “paga” por el pecado, sino que expresa tu gratitud por el perdón y tu deseo de cambiar.
“Gracias, Señor, por tu misericordia. Aquí estoy para seguirte”.
“La confesión no debe convertirse en una tortura, sino en una liberación”
(Papa Francisco, Misericordiae vultus, 17).